Una tarde cualquiera.
El trabajo de veterinario tiene la particularidad de no saber qué va a ser de tu día. Los que nos dedicamos a esto de la medicina, sabemos que tienes que estar preparado para recibir cualquier emergencia, por rara que parezca de un momento para otro.
Y hablando de emergencias raras, una tarde recibimos en la clínica algo inesperado que nunca antes habíamos visto.
El solo hecho de escuchar aporrear nuestra puerta insistentemente entre gritos ya te hace suponer que nada sencillo entra. Aquella tarde, un señor traía una perra bulldog a la que una jardinera de hierro atravesaba su boca. Jardinera que medía casi 1 metro.
El pensar cómo pudo la perra hacer esto lo dejamos en nuestro orden de prioridades para luego. Uno de los hierros atravesaba su mandíbula inferior, lo cual unido al estrés tan grande que sufría la perrita, empezaba a hacer que respirara mal. Además, esta raza de perros ya de por sí tienen dificultades a la hora de respirar en condiciones normales.
Su vida corría peligro, y en menos de 1 minuto nos pusimos con ella. Recuerdo que dejamos a un pobre gato que en ese momento atendíamos, en manos de su dueña pavorizada por lo que estaba viendo.
Realizamos una anestesia controlada y especial para esta raza, que nos permitió extraer mediante cirugía el grandísimo hierro.
La perrita se pudo marchar a casa, aliviada. Le pusimos tratamiento para 10 días, y en su revisión estaba perfecta.
Una tarde cualquiera en la vida de un veterinario.