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Tom, el gato con inmunodeficiencia.

 

Encontró a Tom raro aquel día. No quería comer nada. A pesar de no ser suyo, le alimentaba cuando se acercaba a casa. Siempre fue un gato desconfiado pero bastante noble. Y aunque llevaba varios días que parecía que estaba perdiendo peso y un poco apático, aquella tarde se dio cuenta de que algo no marchaba bien.

Tomó la decisión de llevarlo al veterinario, pero no sabía cómo. No sabía cómo cogerlo, no tenía jaula para él … pero ya lo había decidido. no podía seguir viéndolo así. Con la ayuda de un vecino que le prestó una vieja jaula y unos guantes gruesos, pudo cogerlo. Tom no opuso mucha resistencia. Se sentía muy cansado, incluso fue medio dormido en el coche, a pesar de que era la primera vez que montaba en coche.

Cuando llegó a la clínica, lo encontramos muy enfermo. Estaba completamente deshidratado y nos llamó la atención que sus mucosas de ojos y encías estaban completamente blancas, lo cual indicaba una anemia considerable.

Esa misma tarde se quedó hospitalizado con nosotros y empezamos a hacerle pruebas, tras las cuales le buscamos una cómoda jaula y comenzamos a hidratarlo con sueros.

Las pruebas fueron arrojando resultados, con la desagradable sorpresa de que era positivo al Síndrome de Inmunodeficiencia Felino, una grave enfermedad que algún otro gato le debió contagiar en la calle hace algún tiempo. La enfermedad es tan grave que hace que los animales enfermos desarrollen todo tipo de síntomas, desde oculares, respiratorios, digestivos etc, llegando a producir la muerte.

Además, en su caso, tenía tan pocos glóbulos rojos que necesitaba una transfusión de sangre. En el caso de los gatos, las transfusiones de sangre son complicadas. Hay que determinar el tipo de sangre que tiene – como ocurre en los humanos – y buscar sangre análoga. En España existen muy pocos bancos de sangre, y suelen tener de perro más que de gato.

Estaba tan cansado y enfermo que los primeros días casi ni se movía. No aceptaba comer nada, ni beber. Lo mantuvimos vivos gracias a los avances de la medicina veterinaria. Pero sin duda habría muerto hace unos días en la calle.

El pronóstico que le dimos a su nueva dueña fue bastante malo. Con esa enfermedad y en las condiciones que llegó, no apostábamos mucho porque sobreviviera.

Pero día tras día fue mejorando. Empezó a moverse un poco y olisqueaba la comida. Toleraba nuestras caricias y hasta parecía que las buscaba, a pesar de ser los primeros contactos tan cercanos con personas que tenía.

Pasaron los días y no solo se despertó un apetito voraz en él, sino que las pruebas que le íbamos haciendo cada vez eran mejores.

Su dueña venía a verlo cada tarde, hasta que llegó el día en que felices todos, pudimos darle el alta y marchó para casa.

A día de hoy acude a nosotros para sus revisiones. Y aunque siempre tendrá la enfermedad de la inmunodeficiencia, está controlado y hace una vida normal y es feliz.

Y su carácter, de ser huidizo y temeroso con los humanos, pasó a ser uno de gatos más cariñosos que hemos tenido con nosotros.

Encontró un hogar y salvó la vida gracias a una persona que decidió recogerlo de la calle y  llevarlo al veterinario una tarde de mayo.



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