Sopa de ganso
Buena fue la hora en que la alta cocina se puso de moda hace un tiempo gracias a programas de televisión, y a los años previos en los que a través de libros, revistas y demás, un simple plato de huevos con patatas pasó a convertirse en una «delicia campera de la sierra extremeña salpicada con patatas baby al aceite de bulbo de remolacha».
El problema surge cuando empezamos a comer benditas criaturas de la naturaleza ( a estos sí les pongo yo nombre y apellidos, que se lo merecen ) que hasta ahora nunca habíamos comido.
Pregunto: ¿ Es normal que en el centro de Málaga pueda degustar un solomillo de canguro ? ¿ Y cocodrilo ?. Pobres canguros y cocodrilos (por poner un ejemplo) si a los desquiciados humanoides nos da por ellos.
Todo viene al caso porque recuerdo una tarde en la que un señor trajo a la Clínica un ganso. El ganso, de color ceniza tenía unos ojos rojos más grandes que los de la Taylor. Mover un ganso, que puede llegar a pesar más de quince kilos no es tarea fácil. El señor abrió la puerta de su coche y lo llamaba para que saliera.
– Vamos, bonito !!!
Pero el bonito no parecía tener la más mínima intención de abandonar el coche en el que tan cómodo se sentía.
La escena ya me la conozco yo. Tras otro intento, seguro que el dueño lo agarra del pescuezo y lo baja.
Pues tuvo que leer la mente de su chófer nuestro amigo el ganso, que pegó un salto y bajó.
Ya en la sala de espera, llamó la atención de un perrito que intentó jugar con él.
– Dígame, en qué puedo ayudarle, que le ocurre ?
– Pues nada, él está sano, y hace vida normal en el patio. ( ¿ En el patio ?, pensé. Empezamos mal. )
Sólo vengo a que le pinche » lo del hígado »
– ¿ Lo del hígado ? Pregunté sin tener ni idea de a qué se refería.
– Sí, eso que se les da para que engorden el hígado.
Bueno. Con lo tranquila que llevaba yo la semana. Lo trae al veterinario para que le aplique un producto que deforma su hígado, pasarlo luego a cuchillo y comérselo. Muy del siglo veintiuno.
– Lo siento caballero, pero no puedo hacer eso. Aquí curamos animales, y no hacemos ese tipo de cosas.
– Pues me voy -, contestó enfadado.
Y se fue, ahora sí, agarrando por el cuello a una animal que se ha demostrado tiene una inteligencia superior a un perro, cercana a un delfín, bonito y elegante como pocos.
Un triste pensamiento me llevó a la conclusión de que seguramente esa persona terminaría una noche cenando paté.
Pero media sonrisa eché cuando me imaginé a ese hombre al día siguiente, frotando la tapicería de los asientos traseros de su fantástico coche, intentando limpiar decenas de deposiciones líquidas que nuestro héroe de dos patas le había regalado amablemente en el trayecto de ida y vuelta al veterinario. Con la esperanza de que tuviera que frotar mucho, tuve la certeza de que si hubiera sido el inteligente ganso el que conducía aquel coche, seguro que habría puesto un plastiquito en los asientos de atrás para el humanoide.
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